sábado, 16 de mayo de 2015

Lo indecible (I)


De lo mucho que se ha dicho sobre Eliseo Diego --para mí el más grande de los poetas cubanos-- me interesan especialmente estas palabras de Jorge Teillier:

Eliseo Diego
"Es un espíritu sabio y silencioso: un poeta excepcional. En su voz resucita la infancia de todos, que estuvo a punto de extraviarse para siempre [...] Eliseo es la otra voz, la visión más íntima, la épica de la niñez prodigiosa, la voz y la imagen sensible de los mundos interiores, la presencia de los espejos familiares que sutilmente rescatan el rostro múltiple de quienes fuimos y seremos durante la infancia. Voy descubriéndolo con asombro y devoción. Hay algo misterioso y casi clandestino en la voz de Eliseo: es un soplo subterráneo que hace vibrar los vasos comunicantes entre la vida y la muerte. Ah, el terrible esplendor de estar vivo, como dice en uno de sus textos."

De la obra inmensa de Eliseo pudiera recomendarte cualquier poema, abrir un libro al azar y decir: es este, y el elegido siempre me haría quedar bien. Prefiero remitirte a su propia voz mientras lee uno de mis textos preferidos: el del payaso que dice a su hijo que no importa lo que haga, es necesario hacerlo todo bien. 
Pincha donde dice lectura y entra para siempre.  

domingo, 3 de mayo de 2015

Lo indecible

Hay escritores que logran comunicar lo indecible, lo que no hay modo de contar con palabras, lo que es inasible esencialmente: un estado de ánimo, una sensación, un sentimiento. Para colmo lo hacen con pocas palabras, dígamos que con las únicas palabras posibles. 

Esta es uno de ellos, la poeta norteamericana Anne Sexton, de quien pondré otra entrada con algo de su vida, porque era todo un personaje. Por ahora este hermoso poema, que no sé cómo pudo ser escrito, cómo es tan perfecto:




Solo una vez

Solo una vez supe para qué servía la vida.
En Boston, de repente, lo entendí;
caminé junto al río Charles,
observé las luces mimetizándose,
todas de neón, luces estroboscópicas, 
abriendo sus bocas como cantantes de ópera;
conté las estrellas, mis pequeñas defensoras,
mis cicatrices de margarita,
y comprendí que paseaba mi amor
por la orilla de la verde noche y lloré 
vaciando mi corazón hacia los coches del este y lloré
vaciando mi corazón hacia los coches del oeste y llevé
mi verdad sobre un pequeño puente encorvado
y apresuré mi verdad, su encanto, hacia casa
y atesoré estas constantes hasta el amanecer
solo para descubrir que se habían ido.