sábado, 14 de abril de 2012

Por esa puerta azul que lleva a Facebook...


Por esa puerta azul que lleva a Facebook mis amigos salieron. Y de este lado yo no me atrevo a cerrar. Por si acaso no vuelven habrá de entrar el viento.



La sal de la tierra

para Lidialys y Andrés
para Legna

Que te vuelva a encontrar, amiga mía,
que las luces de Facebook y sus cables acuáticos
me lleven hasta ti,
que códigos binarios reedifiquen tu rostro;
que lo que no comprendo sea amable.
Que te vuelva a encontrar, amigo mío,
la cerveza en tu perga
lanza al aire sus ebrios voladores de espuma
y tú tienes los años que yo resisto ahora
y yo estoy en mis veinte todavía,
que te vuelva a encontrar así pasen mil años
al final de esa tarde en la Pastora;
que mis fotos te guarden.
Que te vuelva a encontrar, amiga mía,
que me asistan las ruedas de plegaria
impulsadas por viento
y las ruedas de agua,
que te vuelva a encontrar: tú la joya en el loto;
que lo desconocido sea amable.
Que te vuelva a encontrar, amigo mío, 
que pierda yo aquel tren mientras vuelves a casa
–sin saberlo allí estoy soplando mi café–
que me extiendas tu nombre en la sala más tibia;
que nos confiemos siempre
en la amabilidad de los extraños.  
Que los vuelva a encontrar, amigos míos,
en Mallorca, New Jersey, Santa Clara,
que todo es escenario pero ustedes son tierra
el eje donde rota el mundo conocido,
debajo de sus ramas nos tomamos las pergas
nos reímos de nada,
amigo, mi confianza.


Castillos y giraldas

Moderna Isabel

Este es el Morro de Santiago de Cuba y no el Castillo de la Fuerza, pero qué más da si la memoria terminará uniendo los castillos que vimos —o soñamos— en un paraje único y revisitado. Y esta no es la foto del poema: la foto del poema es también ahora patrimonio exclusivo de mi memoria.

La Giraldilla
El Castillo de la Real Fuerza fue terminado de construir en 1939 por Hernando de Soto para guardar los navíos que venían de las Indias. Poco tiempo después el Adelantado se fue a buscar, entre otras cosas menos importantes, la Fuente de la Eterna Juventud y dejó atrás, según cuenta la tradición, a su esposa Isabel de Bobadilla, que lo esperó durante años enteros mirando la bahía desde su castillo-vivienda. Hoy Isabel de Bobadilla es el símbolo de la Habana. Un excelente fundidor y escultor del siglo XVII se inspiró en ella para realizar una figura de bronce que colocó, a modo de veleta, sobre una torre de la Fuerza. La figura original es celosamente cuidada en el Museo de la Ciudad y al igual que su réplica mide 110 centímetros y representa a una mujer vestida a la usanza del renacimiento español y con la Cruz de Calatrava. La primera vez que vi a la Giraldilla —que así se llama la estatua— no fue en su emplazamiento sino en el Habana Club. Las hermosas botellas del conocido ron cubano y los removedores de hielo que llevan su efigie deslumbraron mi infancia.  
Yo escucharía el tema Habáname del cantautor cubano Carlos Valera, pero quien puede resistirse a Fresa y chocolate del gran pianista y compositor José María Vitier...  

                            Retrato junto al Castillo de la Fuerza


Donde debió estar el otoño de 1999 
esa foto.
Ella miraba hacia nada suavemente.
Pudo ser más que una foto
un miniado camafeo,
una joya mineral equilibrándome el pecho.
Sin embargo, una foto.





Hughes y Watanabe: anguila y lenguado



Esta primera entrada es una reverencia a dos monstruos poéticos. Ted Hughes y José Watanabe, que acaso no necesitan presentación. El primero es uno de los mejores poetas que he leído. Uno de esos poetas con los que se toca cielo y fondo. El cine representó su complejo matrimonio con Sylvia Plath en la película Sylvia. La vida y la obra de Hughes, que murió en 1998, estuvieron tan cargadas que remito a los transeúntes de la noche a la excelente entrada que le dedica la Wikipedia. José Watanabe también es un clásico muerto. Hughes pass away, en 1998 y Watanabe en el cercano 2007. A este último lo descubrí en la selección de poemas que le hizo Casa de las Américas y que anda por las librerías de Cuba. Fue llamado poeta sabio por su dominio del haiku, que expresa, entre otras cosas, un “mirar por mirar”, una mirada ajena a la prisa de vivir. El inglés y el peruano hijo de japonés comparten la misma balda de mi librero como compartieron el fascinante tema de la belleza y la violencia en la vida natural. De ese tema les traigo esta curiosidad: dos poemas muy parecidos y a la vez distintos. Hughes mira a su anguila con los mismos ojos con que Watanabe mira a un lenguado. Y la gata de mi amigo Cristian, que ha aportado estas imágenes, nos mira a todos. El tema de Leonard Cohen In my secret life se deja escuchar muy bien... Buenas noches, Cuba; buenas noches mundo.    

Una anguila

                                                                            Ted Hughes

I
Lo más raro es su cabeza. Esa cúpula que cubre el cerebro
madurada de forma extraña, como una carlinga hinchada
con un cargamento enorme. Como glándulas lobuladas
de enorme sensibilidad. Qué extraña es la cabeza de la anguila.
Ese fruto de la evolución, abultado y brillante como una ciruela.
El morro es como el rostro aplastado de una zapatilla,
la boca es una mueca sonriente y mecánica
de depredador frustrado. Y el iris es como oro sucio,
destilado solo lo justo para distinguirlo
del lodo oliváceo de su cuerpo,
de los grumos y granos negros. Y ese ojo prematuro,
con la órbita más grande y con una visión más difusa,
situado detrás del ojo, más pálido, más ciego,
vuelto hacia dentro. Su joroba de búfalo
antecede su avance asombroso.
La aleta pectoral en medio del hombro, concesión
a la vida de pez, se oculta
pegada a su envoltorio: la piel de debajo
muestra la pálida desnudez de las profundidades de la anguila
igual que el vientre, que es como una perla opaca.
Lo más raro es esa piel que parece una huella dactilar,
ese tejido gomoso
que la mantiene aislada. Todo el cuerpo
tiene ondulaciones identificativas. Aquí está,
hace flotar los sargazos
con su deseo secreto. Su vida es una celda
aislada del mundo. Su paciencia
es universal y la favorece el amor
de las estrellas inclinadas, como si ella
fuera la única inicial de la Tierra. A solas
con sus millones de años, es el peregrino de la luna,
la monja del agua.


El lenguado

                                                                                             José Watanabe


Soy
lo gris contra lo gris. Mi vida
depende de copiar incansablemente
el color de la arena,
pero ese truco sutil
que me permite comer y burlar enemigos
me ha deformado.
He perdido la simetría de los animales bellos,
mis ojos y mis narices
han virado hacia un mismo lado
del rostro.
Soy un pequeño monstruo invisible
tendido siempre sobre el lecho del mar.
Las breves anchovetas que pasan a mi lado
creen que las devora
una agitación de arena
y los grandes depredadores me rozan sin percibir
mi miedo. El miedo circulará siempre en mi cuerpo
como otra sangre. Mi cuerpo no es mucho. Soy
una palada de órganos enterrados en la arena
y los bordes imperceptibles de mi carne
no están muy lejos.
A veces sueño que me expando
y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande
que los más grandes. Yo soy entonces
toda la arena, todo el vasto fondo marino.


El bosque de la noche



He pensado este blog como un cono de luz donde sentarse a intercambiar  tesoros. Te daré lo que encuentro mientras leo, converso con presentes o ausentes, lo que me espabila cuando hago zapping delante de la tv o cuando simplemente navego sin rumbo, mientras transcurre la noche afuera y dentro del mundo, que también se llama red.
Porque la música siempre acompaña en los audífonos también te pondré esa música.
No habrá un hilo conductor porque siempre hay un hilo detrás de cada cosa  para fijarla al piso y al Todo. Y cuando duermas, con el hilo perdido, otra mano estará hilvanando lo que habrá de cubrirnos cuando caiga la noche.