Los behiques de los
indios en sus bohíos o en las grutas de las montañas, cuando había un temporal,
no solo descubrían los hechizos del tabaco en fantásticas humaredas o
las supuestas propiedades medicinales, o la fórmula para alejar los insectos.
Alrededor de ellos, silenciosos estaban los demás indios, posiblemente bebiendo
de la sabiduría general y de su sacerdote o respecto a la irrupción
alevosa de los conquistadores en sus predios…
Qué lejos estaban entonces de lo
que podía ser una realidad cultural futura, un modo de trasmitir conocimientos:
la lectura en las tabaquerías a partir del siglo XIX. Habrían transcurridos
trescientos años. Para esta fecha había un lector que insuflaba cultura y
contribuía, además, a la organización que condujera a los cubanos a conquistar
su independencia. Ahora, quinientos años después, esa labor de difusión creada
en las tabaquerías, acaba de adquirir el rango de Patrimonio Cultural de la Nación.
José Martí, encontró en los
ilustrados cubanos, tabaqueros emigrados en Tampa, Ibor City y
hasta Nueva York, colaboradores y contribuyentes indispensables para la causa
de Cuba Libre. Ejemplos sobran.
Pero, ¿cómo comenzó todo?
¿Cuándo surgió la lectura de tabaquería y su protagonista, el lector? Hay
variadas fuentes de información pero, sin duda el sabio Fernando Ortiz, tercer
descubridor de Cuba y el viajero Jacinto Salas y Quiroga, son los puntos
de partida incuestionables para la información de los orígenes de este
justo patrimonio intangible de la nación.
Quiroga, joven intelectual
de La Coruña
visitó nuestra isla en 1839 y al año siguiente publicó en Madrid su libro Viaje
a Cuba, de su recorrido por los campos de La Habana, en los cuales
visitó ingenios y cafetales. Sobre estos últimos describió detalladamente el
proceso de recolecta y escogida y escribió:
“Una de las operaciones últimas
del café consiste en colocar sobre tan espaciosísima mesa, grandes
cantidades de grano y varios negros, sentados de un lado y otro, escogen sus
diferentes clases (…) Cuando nosotros entramos en silencio sepulcral (en la
habitación) reinaba allí un silencio que jamás es interrumpido (…) Cerca de
ochenta personas entre .entre mujeres y hombres, hallábanse ocupados en
aquella monótona ocupación.
“Y entonces se me ocurrió a mí
que nada más fácil habría, que emplear aquellas horas en ventaja de la
educación moral y aquellos infelices seres. El mismo que sin cesar los vigila
podrá leer en voz alta algún libro (…) y al mismo tiempo que
templase el fastidio de aquellos desgraciados, les instruirían de alguna cosa
que aliviase su miseria. Pero, es doloroso ver el marcado interés que hay en
conservar más y más bruta a esa clase de hombres a quienes se trata peor que
los caballos y los bueyes.”
Podría ser ese el primer
antecedente de la lectura y el lector de tabaquería.
Corren algunos años y
coincidiendo con el desarrollo de la producción de tabacos, después de 1860,
Nicolás Azcárate, político liberal cubano, como director del Liceo de
Guanabacoa, abrió allí la primera tribuna pública que existió en Cuba y por la
cual desfilaron varios hombres de letras; cerca de Azcárate estaba el obrero
asturiano, que aprendió en cuba el oficio de tabaquero, Saturnino
Martínez, un verdadero líder obrero de su época y autor de numerosas poesías y
artículos publicados el semanario proletario “La Aurora”. En el Liceo,
Azcárate se refirió alguna vez a que en ciertas órdenes religiosas unos de sus
miembros leía en voz alta en el refectorio mientras el resto de la comunidad
almorzaba. Sus palabras encontraron eco en los oyentes del Liceo, obviamente
Saturnino Martínez las asumió en favor de los obreros y de es forma de
lectura. Por las fechas se reconoce que la lectura primero fue introducida en
las galeras de prisión de trabajadores “cigarreros” que había en el
Arsenal del Apostadero de La
Habana, y de allí pasó a los talleres de tabaquerías.
Al respecto dice el sabio cubano
Fernando Ortiz, en El contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar
que, según el Reverendo Manuel Deulofeo, donde primero hubo un lector de
tabaquería fue en la villa de Bejucal, en 1864, llamado Antonio Leal. Y que:
“En La Habana
la lectura se introdujo en las tabaquerías en 1865, a impulso de Nicolás
Azcárate y fue la fábrica “El Fígaro”, la primera que permitió
la lectura en sus talleres” Al año siguiente lo hizo Jaime Partagás en su
taller. Luego serían muchas más.
“¡Pagar por oír hablar, pagar
por oír leer!”, exclamaba muy pesimista el escritor de (el periódico) El
Siglo, pero su desconfianza fue infundada y en las tabaquerías se leyó
cada día y los artesanos pagaron por leer”-escribe Fernando Ortiz.
Sobre su importancia dice el
propio Fernando Ortiz: “Por medio de la lectura en alta voz el taller de la
tabaquería ha tenido su órgano de propaganda interna. La primera lectura que se
dio en una tabaquería de La
Habana fue la del libro titulado Las
Luchas del Siglo.”
El sabio agrega: “La mesa de
lectura de cada tabaquería fue, según dijo Marti, tribuna avanzada de la
libertad. Cuando, en el año 1896, se agita Cuba revolucionaria contra el
absolutismo borbónico y guerrea por su independencia, un bando gubernativo del
8 de junio de 1896 hace callar las tribunas tabaqueras.”
Pero, las lecturas y el lector
de tabaquerías sufrieron vejámenes y suspensiones y amenazas por parte de las autoridades
en distintas ocasiones. Se censuraron libros determinados y periódicos
“inaceptables” por el colonialismo español. El gran opositor a esta modalidad
cultural cubana fue el periódico “El Diario de la Marina” y le siguió
semanario jocoso de ”El Junipero”, burlándose del lector y sus escuchas.
La primera prohibición a las
Lecturas de Tabaquería provino del Gobierno Político de La Habana y en su texto se
disminuye la capacidad de entendimiento de los oyentes en forma ofensiva. Un
párrafo decía: “Sucede también que de la lectura de los periódicos se pasa a la
de los libros que contienen sofismas o máximas perjudiciales para la débil
inteligencia de las personas que no poseen el criterio y estudio necesarios
para juzgar con acierto las demostraciones de escritores, que pretendiendo
cumplir la misión de instruir al pueblo, lo extravían muchas veces en grave
daño de la paz de las familias”.
La lectura de tabaquería y el
lector son figuras históricas cubanas que contribuyeron como pocas -en forma
masiva-a elevar la cultura de muchas familias cubanas, ya que el tabaquero
primero y los despalilladores (hombres y mujeres) después se llevaban a lo
hogares la sabia del conocimiento y de sus gremios y sindicatos después,
surgieron importantes líderes cubanos, en uno u otro tiempo. Y aún siguen
siendo activos consumidores y vehículos populares de nuestra cultura y de
la cultura universal.
Tomado de Cubadebate
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