Un cono de luz donde sentarse a intercambiar tesoros. Te daré lo que encuentro mientras leo, converso con presentes o ausentes, lo que me espabila cuando hago zapping en el tv, o cuando simplemente navego sin rumbo, mientras transcurre la noche afuera y dentro del mundo, que también se llama red.
domingo, 25 de noviembre de 2012
Lecturas de tabaquería, patrimonio cultural de la nación
Los behiques de los
indios en sus bohíos o en las grutas de las montañas, cuando había un temporal,
no solo descubrían los hechizos del tabaco en fantásticas humaredas o
las supuestas propiedades medicinales, o la fórmula para alejar los insectos.
Alrededor de ellos, silenciosos estaban los demás indios, posiblemente bebiendo
de la sabiduría general y de su sacerdote o respecto a la irrupción
alevosa de los conquistadores en sus predios…
Qué lejos estaban entonces de lo
que podía ser una realidad cultural futura, un modo de trasmitir conocimientos:
la lectura en las tabaquerías a partir del siglo XIX. Habrían transcurridos
trescientos años. Para esta fecha había un lector que insuflaba cultura y
contribuía, además, a la organización que condujera a los cubanos a conquistar
su independencia. Ahora, quinientos años después, esa labor de difusión creada
en las tabaquerías, acaba de adquirir el rango de Patrimonio Cultural de la Nación.
José Martí, encontró en los
ilustrados cubanos, tabaqueros emigrados en Tampa, Ibor City y
hasta Nueva York, colaboradores y contribuyentes indispensables para la causa
de Cuba Libre. Ejemplos sobran.
Pero, ¿cómo comenzó todo?
¿Cuándo surgió la lectura de tabaquería y su protagonista, el lector? Hay
variadas fuentes de información pero, sin duda el sabio Fernando Ortiz, tercer
descubridor de Cuba y el viajero Jacinto Salas y Quiroga, son los puntos
de partida incuestionables para la información de los orígenes de este
justo patrimonio intangible de la nación.
Quiroga, joven intelectual
de La Coruña
visitó nuestra isla en 1839 y al año siguiente publicó en Madrid su libro Viaje
a Cuba, de su recorrido por los campos de La Habana, en los cuales
visitó ingenios y cafetales. Sobre estos últimos describió detalladamente el
proceso de recolecta y escogida y escribió:
“Una de las operaciones últimas
del café consiste en colocar sobre tan espaciosísima mesa, grandes
cantidades de grano y varios negros, sentados de un lado y otro, escogen sus
diferentes clases (…) Cuando nosotros entramos en silencio sepulcral (en la
habitación) reinaba allí un silencio que jamás es interrumpido (…) Cerca de
ochenta personas entre .entre mujeres y hombres, hallábanse ocupados en
aquella monótona ocupación.
“Y entonces se me ocurrió a mí
que nada más fácil habría, que emplear aquellas horas en ventaja de la
educación moral y aquellos infelices seres. El mismo que sin cesar los vigila
podrá leer en voz alta algún libro (…) y al mismo tiempo que
templase el fastidio de aquellos desgraciados, les instruirían de alguna cosa
que aliviase su miseria. Pero, es doloroso ver el marcado interés que hay en
conservar más y más bruta a esa clase de hombres a quienes se trata peor que
los caballos y los bueyes.”
Podría ser ese el primer
antecedente de la lectura y el lector de tabaquería.
Corren algunos años y
coincidiendo con el desarrollo de la producción de tabacos, después de 1860,
Nicolás Azcárate, político liberal cubano, como director del Liceo de
Guanabacoa, abrió allí la primera tribuna pública que existió en Cuba y por la
cual desfilaron varios hombres de letras; cerca de Azcárate estaba el obrero
asturiano, que aprendió en cuba el oficio de tabaquero, Saturnino
Martínez, un verdadero líder obrero de su época y autor de numerosas poesías y
artículos publicados el semanario proletario “La Aurora”. En el Liceo,
Azcárate se refirió alguna vez a que en ciertas órdenes religiosas unos de sus
miembros leía en voz alta en el refectorio mientras el resto de la comunidad
almorzaba. Sus palabras encontraron eco en los oyentes del Liceo, obviamente
Saturnino Martínez las asumió en favor de los obreros y de es forma de
lectura. Por las fechas se reconoce que la lectura primero fue introducida en
las galeras de prisión de trabajadores “cigarreros” que había en el
Arsenal del Apostadero de La
Habana, y de allí pasó a los talleres de tabaquerías.
Al respecto dice el sabio cubano
Fernando Ortiz, en El contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar
que, según el Reverendo Manuel Deulofeo, donde primero hubo un lector de
tabaquería fue en la villa de Bejucal, en 1864, llamado Antonio Leal. Y que:
“En La Habana
la lectura se introdujo en las tabaquerías en 1865, a impulso de Nicolás
Azcárate y fue la fábrica “El Fígaro”, la primera que permitió
la lectura en sus talleres” Al año siguiente lo hizo Jaime Partagás en su
taller. Luego serían muchas más.
“¡Pagar por oír hablar, pagar
por oír leer!”, exclamaba muy pesimista el escritor de (el periódico) El
Siglo, pero su desconfianza fue infundada y en las tabaquerías se leyó
cada día y los artesanos pagaron por leer”-escribe Fernando Ortiz.
Sobre su importancia dice el
propio Fernando Ortiz: “Por medio de la lectura en alta voz el taller de la
tabaquería ha tenido su órgano de propaganda interna. La primera lectura que se
dio en una tabaquería de La
Habana fue la del libro titulado Las
Luchas del Siglo.”
El sabio agrega: “La mesa de
lectura de cada tabaquería fue, según dijo Marti, tribuna avanzada de la
libertad. Cuando, en el año 1896, se agita Cuba revolucionaria contra el
absolutismo borbónico y guerrea por su independencia, un bando gubernativo del
8 de junio de 1896 hace callar las tribunas tabaqueras.”
Pero, las lecturas y el lector
de tabaquerías sufrieron vejámenes y suspensiones y amenazas por parte de las autoridades
en distintas ocasiones. Se censuraron libros determinados y periódicos
“inaceptables” por el colonialismo español. El gran opositor a esta modalidad
cultural cubana fue el periódico “El Diario de la Marina” y le siguió
semanario jocoso de ”El Junipero”, burlándose del lector y sus escuchas.
La primera prohibición a las
Lecturas de Tabaquería provino del Gobierno Político de La Habana y en su texto se
disminuye la capacidad de entendimiento de los oyentes en forma ofensiva. Un
párrafo decía: “Sucede también que de la lectura de los periódicos se pasa a la
de los libros que contienen sofismas o máximas perjudiciales para la débil
inteligencia de las personas que no poseen el criterio y estudio necesarios
para juzgar con acierto las demostraciones de escritores, que pretendiendo
cumplir la misión de instruir al pueblo, lo extravían muchas veces en grave
daño de la paz de las familias”.
La lectura de tabaquería y el
lector son figuras históricas cubanas que contribuyeron como pocas -en forma
masiva-a elevar la cultura de muchas familias cubanas, ya que el tabaquero
primero y los despalilladores (hombres y mujeres) después se llevaban a lo
hogares la sabia del conocimiento y de sus gremios y sindicatos después,
surgieron importantes líderes cubanos, en uno u otro tiempo. Y aún siguen
siendo activos consumidores y vehículos populares de nuestra cultura y de
la cultura universal.
Tomado de Cubadebate
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sábado, 10 de noviembre de 2012
Abriguito / crisálida
Aquí les dejo, acompañado por Onaji, de Audrey Kawasaki, una artista que dice preferir la madera, al igual que yo, y acompañado también por unos fragmentos de Raúl Hernández Novás, entrañable e intenso poeta cubano, este texto de mi libro La vida en otra parte.
Abriguito / Crisálida
(con
Hernández Novás)
No
has nacido.
Tricotando
están por ti los menudos abriguitos
que
has de usar sin descanso en los retratos.
Abriguitos
que ya en mí se volvieron pequeños:
otoño
es por vez sexta
y
en el parque La Pastora
hace el viento
su
voluntad con los álamos.
yo te
perdí, un día a la salida del colegio, en el parque
donde no
hay nadie y a nadie se espera
Atrévete
a nacer
y
de otro haz tu parque y sé tú el abriguito
que
contrasta las hojas:
azul
si es flamboyán amarillo si álamo
de
la mano de padres
que
un día encontrarás tan solo en sus retratos.
y allí
todos los vientos se bifurcan
Atrévete
a crecer sin darte cuenta
como
mismo hice yo –o al menos he intentado–
en
la misma ciudad inencontrable
detrás
de los espejos,
abriguito
que ensancha haciéndole lugar al corazón
bajo
el muérdago espera
su
día de febrero en otro parque,
su
día aún no nacido
mas
tejido por manos que le anteceden siempre.
y luego
(...) las calles se encogieron por fin,
y tú
partiste hacia otros juegos
Y
atrévete a morir cuando llegue ese día
tiritando
en tu abrigo levemente cansada
preparando
palabras
aguardando
en la helada una señal...
Es
mi abrigo distinto
son
hermosas mis manos.
Si quieres oir algo, busca esta joya que no me cansaré de oir, cantada por el inmenso Van Morrison y titulada nada más y nada menos que The Philosopher's Stone, o sea., La Piedra Filosofal. Van Morrison es un cantante, compositor y músico norirlandés, considerado por su característica voz y el mestizaje de la música folk, blues, country y gospel
que frecuentemente realiza en sus canciones, como uno de los cantantes y músicos más influyentes de la música
contemporánea. De él se ha dicho que «ningún hombre blanco canta como Van Morrison».
miércoles, 7 de noviembre de 2012
La invisibilidad del editor
Como yo misma soy editora, fascinada no solo por el trabajo, sino por las intrigas de pasillo, les pongo este interesante post sobre el oficio, que tomé del blog Verba volant, scripta manent, aquí les dejo el enlace. Una editora cubana, Denise Ocampo, también me mostró una vez hace un tiempo un excelente trabajo: "La insoportable invisibilidad del editor", parodiando el título de Kundera, que intentaré encontrar y postearles.
Haré una aclaración que me parece imprescindible: el buen editor no debe verse, o sea, no debe ser percibido por el lector, para que entre otras cosas no se rompa el "contrato de verosimilitud", imprescindible para la ficción. No se habla en este artículo sobre esto, sino sobre la imperdonable costumbre de obviar la figura del editor en los créditos de los libros. Mi nombre aparece en los más de 100 títulos en los que he trabajado directamente junto al autor: este mal no ha llegado, y confío en que jamás llegue, a la industria editorial cubana.
El editor
es una figura profesional invisible para el lector; este solo ve al autor, a
menudo también al traductor, y comprueba que alguien debe imprimir el libro
pero no suele reparar que detrás hay un equipo de profesionales subidos a un
andamiaje coordinado por el editor.
De jovencito
leí mucho los cuadernos de Mafalda editados por Lumen. En la penúltima página
siempre aparecía la imprenta. Yo tenía entonces la sensación que entre Quino y
el señor de la imprenta se lo cocinaban todo, siendo la editorial una mera
fachada comercial. Puede que con Mafalda la cosa funcionara exactamente así –afortunadamente los
bocadillos exhibían sus argentinismos intactos– pero con la inmensa
mayoría de los libros siempre había alguien en la sala de máquinas, alguien que
nunca subía a cubierta.
Hace unos
días, en un interesante debate en el hilo de comentarios de uno de los últimos
artículos de la
Patrulla de Salvación, la Sargento Margaret dijo que el
editor debía seguir oculto y sin aparecer ni en la portada ni en la página de
créditos de los libros. Opino lo contrario: la invisibilidad está en la raíz
de algunos de los problemas de la edición profesional. Esa invisibilidad es
inimaginable en otras industrias que se dedican a contar historias: en los
títulos de crédito del cine aparece el nombre del extra más insignificante,
del becario más torpe, incluso el nombre de ese actor de tercera desaparecido
en el montaje final por caprichos del director o limitaciones de metraje. Lo
que en un libro cabría en media página en el cine necesita de minutos, muchos
minutos. El tiempo es muy caro en el séptimo arte, mucho más caro de lo que el
papel siempre ha sido en la edición, pero mientras en el cine se nombra
incluso a los que no salen, en el libro se esconde a actores clave del
proceso. Es industrialmente incomprensible.
No creo que
sea un alarde de discreta modestia; entender el trabajo editorial como un sacerdocio
intelectualmente superior es oscurantismo snob.
También podría ser simple inercia: el editor profesional aparece en el siglo
XVIII –antes no existía y se imprimía todo a pelo– y suele ir asociado al de
librero e impresor, un lujoso 3 en 1 que será la delicia de los directores
financieros cuando se den cuenta que un buen editor de mesa bien digitalizado
es capaz de hacer las tres cosas. La labor editorial se separó de la industrial
durante el siglo XIX, aunque su emancipación total no llegó hasta el XX. Este
accidente causado por la genealogía de la profesión no puede ocultar la
desidia: nadie se ha preocupado de mostrar ante el público el valor añadido que
el editor aporta al libro. A los empresarios del libro nunca les importó y a
los grandes editores de culto el reconocimiento del populacho debía parecerles
poco decoroso e incluso embrutecedor. Entre medias, legiones de editores
subalternos sólo recibían el reconocimiento de un salario mediocre. Hoy todo
sigue igual.
¿Qué más da
que nosotros glosemos la onanista importancia del editor si nadie más la
percibe? ¿Cómo queremos que el lector aprecie la importancia de la edición si
no trasciende ni el proceso ni sus actores? En una cruel ironía ha aparecido un
nuevo personaje en los créditos de los libros: hoy en los ebooks, en vez del
impresor, vemos al conversor digital, un parásito tecnológico que se
aprovecha de la inmadurez industrial del ramo que, en vez de darle la vuelta a
su proceso productivo, lo parchea para seguir navegando en un barco que achica
cada vez más agua.
El problema
se hace extensivo a otros muchos profesionales: al traductor no siempre se le
trata bien, aunque suele aparecer en los papeles; los lectores profesionales y
los comités de lectura son casi una logia secreta; los correctores ortográficos
y de estilo no aparecen si no les retratan sus inevitables errores y entonces solo
pensamos en ellos como entes abstractos; el director editorial aparece en
medios más o menos especializados para hacerse la foto con los autores de
relumbrón pero nada sabemos de su labor; el editor de mesa anda perdido en
montañas de correcciones, de capítulos enteros reescritos, de tardes de
discordia y psicodrama con autores heridos en su orgullo. A los negros[1]
literarios se les trata casi tan mal como a sus trasuntos de plantación del
siglo XVIII, a diferencia de sus primos anglosajones, que disfrutan de cierta
relevancia y consideración; no por casualidad fueron los primeros en abolir la
esclavitud.
Quiero
saber quién recomendó la publicación del libro que estoy leyendo, incluso el
por qué; quién lo editó y hasta qué punto es también suya la autoría de lo
publicado; quién llevó a cabo las correcciones; si hubo el concurso o no de
negros, especialmente cuando quien firma es un famoso de reconocida cortedad de
entendederas. Quiero saber todo esto, y más, por dos motivos: para pagar más a
gusto lo que leo y para atribuir los aciertos a quien corresponda. Para que
cada palo aguante su vela.
[1] Negro, en el argot
editorial, es el editor al que se paga para escribir la obra cuando el autor no
cuenta con conocimientos literarios suficientes. Es muy frecuente en las
memorias, por citar un ejemplo.
Marie Curie: diez veces la primera
Inteligencia, rigor, voluntad,
imaginación, pasión… fueron algunas de las cualidades de Marie Curie, la
primera mujer en ganar el Premio Nobel. Pero hubo más cosas en las que fue
pionera. Las enumeramos a continuación:
1. La primera de su clase cuando
terminó a los 15 años los estudios de bachillerato (1883). Le otorgaron una
medalla de oro.
2. La primera mujer graduada en
Física en la Universidad
de la Sorbona. Aquel
año (1893) solamente dos mujeres se graduaron en toda la Universidad de París.
Marie fue, también, la primera de la clase.
3. La primera persona en
utilizar el término radiactividad (1898).
4. La primera mujer en Europa
que recibió el doctorado en Ciencias (1903).
5. La primera mujer en recibir
un Premio Nobel de Física (1903). El galardón le fue otorgado, conjuntamente
con su esposo Pierre y con Henri Becquerel, por el descubrimiento de la
radiactividad.
6. La primera mujer que fue
profesora y jefe de laboratorio en la Universidad de la Sorbona (1906).
7. La primera persona en tener
dos Premios Nobel. El segundo sería de Química, en 1911, por haber preparado el
radio e investigado sus compuestos.
8. La primera mujer que fue
miembro de la
Academia Francesa de Medicina (1922).
9. La primera madre Nobel con
una hija Nobel. En 1935 su hija Irene obtuvo el galardón en Química.
10. La primera mujer en ser
enterrada bajo la cúpula del Panteón por méritos propios (1995).
Tomado de Cubadebate
domingo, 7 de octubre de 2012
miércoles, 3 de octubre de 2012
¿Es raro ser niña?
Calvino nació en Cuba |
He querido
apropiarme del testamento de uno de los padres de la posmodernidad literaria
para explicar la obra de una de sus hijas. Aunque el tiempo y la paciencia de
los que escuchan me impedirá ser lo exhaustiva que quisiera, en una mirada
rápida veremos si la novela Es raro ser niña, de Mildre Hernández,
cumple con las premisas calvinianas.
Dice Italo Calvino
que el primer rasgo que debe poseer la literatura de nuestro milenio es levedad. Y dice también que la
literatura ha sido tradicionalmente el ámbito de materias graves, rotundas,
densas. Sin perjuicio de la seriedad, esta convención ha relegado a un segundo
plano la ligereza, confundiéndola con la frivolidad. A mi juicio la levedad,
signo totalmente positivo, en el caso de Mildre se traduce en la capacidad de
tomar un tema espinoso, difícil, y volverlo potable, y lo que es más,
degustable.
En Es raro ser niña hallamos que Cuasi, la protagonista, es el fruto de la pareja que ya no componen sus padres. Cuasi es vista por su padre con indiferencia. A Cuasi le ha hecho creer su familia que es un error de la naturaleza. Cuasi no puede autodefinirse como blanca ni como negra porque es jabá. Pero a pesar de la ambigüedad sentimental de quienes la rodean, Cuasi intenta y casi siempre logra ser feliz, y pesar de su sabiduría de lo difícil: juega, asiente, se ríe. Fabula todo el tiempo para vencer. Quizás es por esto que la historia no concluye. Supongo que ante la imposibilidad de crearle un final feliz y a la vez verosímil, su autora prefirió no atarla a un destino pesado. Mejor es que flote de un libro a otro, mejor volver a encontrarla en Una niña estadísticamente feliz.
En Es raro ser niña hallamos que Cuasi, la protagonista, es el fruto de la pareja que ya no componen sus padres. Cuasi es vista por su padre con indiferencia. A Cuasi le ha hecho creer su familia que es un error de la naturaleza. Cuasi no puede autodefinirse como blanca ni como negra porque es jabá. Pero a pesar de la ambigüedad sentimental de quienes la rodean, Cuasi intenta y casi siempre logra ser feliz, y pesar de su sabiduría de lo difícil: juega, asiente, se ríe. Fabula todo el tiempo para vencer. Quizás es por esto que la historia no concluye. Supongo que ante la imposibilidad de crearle un final feliz y a la vez verosímil, su autora prefirió no atarla a un destino pesado. Mejor es que flote de un libro a otro, mejor volver a encontrarla en Una niña estadísticamente feliz.
El segundo
rasgo enunciado por Calvino es la rapidez.
Por eso plantea que la literatura debe aprender de los mecanismos sinápticos de
nuestro cerebro, los que confieren su chispa a la inteligencia. Y yo diría que
rapidez, en el perfectamente reconocible estilo que ha acuñado Mildre, es por
una parte acumulación de situaciones. De alguna forma esta novela me recuerda a
La Comedia Silente,
aquel programa que proyectaba películas mudas donde los personajes no tenían ni
nos daban respiro. En este libro se cuenta en primera persona, a través de Cuasi,
la relación de su madre con su padre; la relación de su madre con Vida, la doctora
a quien ama; la relación —o más bien la ausencia de esta—, de su padre con su la
amante de su madre; la inevitable visita al psicólogo; también relata la
historia de su familia; la de sus amigos Rexona y Alexander; la visita de su
profesora, la conversación de las dos orejas; y la necesidad de los guantes de
boxeo, entre otras múltiples cosas. Y todo esto, repito de nuevo, sin que nada
se atropelle y nadie se desdibuje. El que conozca la obra de Mildre sabe que
esta habilidad suya ya se ha vuelto crónica: una marca de estilo. El que conoce
a los jóvenes lectores sabe que la historia que los atrapará es la que se
cuenta y se lee rápidamente. La historia que no sea rápida no logrará hacer mella
en sus imaginarios, configurados ya no por la lectura sino por los
audiovisuales. Si nos referimos a la forma podemos añadir que a la rápida concatenación
de situaciones que elabora la autora se añade la rapidez de su discurso,
lograda, entre otros recursos, con la sabia mezcla de oraciones largas y oraciones
cortas, y el balanceado uso del diálogo.
Son las cinco. Llegaré tarde... |
También es
exactitud que las cosas se llamen por su nombre a la vez que aparecen transfiguradas
en la materia literaria y por la sugerencia del lenguaje. Cuando la madre dice
ante el espejo: “La Vida
me traicionó”, está hablando de una traición metafórica: su vida que no es lo
que ella esperaba que fuese. Pero esta traición contiene, y Cuasi lo sabe
perfectamente, la traición de la amante que la ha dejado por otra. Y también son
exactos los diálogos porque son completamente verosímiles.
La misma exactitud nos lleva a la visibilidad. El ser humano del siglo XXI, al que se ha propuesto Calvino seducir literariamente, como dije antes ha superado el alfabeto, se comunica por imágenes. Por consiguiente, lo que se escriba de ahora en adelante, y desee perdurar, debe ser visible, debe ser expresivo, debe tener la síntesis y también la capacidad de convocar múltiples sentidos. No en casual pues que Mildre apele a la imagen de una niña boxeadora, y lo mismo haga el ilustrador. Ni es casual que sus personajes sean tan pintorescos y en cierta medida arquetípicos. Son fáciles de imaginar y fáciles de explicar. Sus conflictos son visibles para cualquier lector porque son comunes al tejido de cualquier sociedad, y a esto debe Mildre que sus libros se vendan bien en países como Colombia y España. Por tanto convendremos en que la visibilidad es una cualidad inestimable que hace que las obras traspasen las coordenadas socio-espaciales en que se producen y dialoguen eficazmente con otros lectores.
Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres (Borges) |
Creo, para
concluir, que Mildre ha sabido colarse en este milenio literario que recién comienza.
a través de esas cinco virtudes que son: levedad, rapidez, exactitud,
visibilidad y multiplicidad. Creo que ella
maneja por pura intuición y con gran eficacia las cinco virtudes que Italo
Calvino erigió en pilares. Lamentablemente Calvino nos dejó inconclusa su sexta
propuesta. Si es consistente es Raro ser niña no lo sabemos, porque no
sabemos lo que quiso sintetizar Calvino en este rasgo que lo resume todo. Yo
tengo mi pequeña teoría sobre la consistencia pero prefiero no especular. Espero
que tal y como cada uno la entienda, logre encontrarla en Es raro ser niña, y que esta invitación les sirva para acercarse a esta
novela y a la formidable escritura de Mildre Hernández; como también espero que
busquen el hermoso y útil ensayo de Calvino, que he disfrutado presentar ante ustedes.
jueves, 27 de septiembre de 2012
Lectura inmersiva... ¿qué es?
Yo misma tengo un anticuado pero maravilloso Kindle, idéntico al de la imagen debajo (debe ser
el abuelo de los que se lanzan hoy al mercado), que me ha permitido leerme los
libros que nunca pensé disfrutar porque, a pesar de los dispositivos
electrónicos que acompañan mi vida, solo tengo este maltratado cuerpo físico
que sobrelleva mal las horas frente a la pantalla de la computadora. Pero
atención: se están haciendo versiones más económicas que rondan los 100 dólares.
No puedo dejar de recomendarlo por su amigable tamaño y sus prestaciones, además
de que la tecnología de alta resolución permite que la pantalla inteligente del Kindle cree un contraste
armonioso, ausente del brillo que tanto fatiga la vista en los monitores
tradicionales.
Kindle "abuelito" |
La lectura inmersiva es la novedosa posibilidad de acompañar la lectura con voz, sonido contextual, música, que siguen, como mismo sucedería en el cine, el avance de la narración. Resalto que no hablamos del “text to speech”, más parecido al habla de un robot que a la voz humana, y que tengo entendido que se pensó para lectores con alguna discapacidad visual. La lectura inmersiva es una nueva opción que ofrece la narración de lectores profesionales. Hay un reto a vencer, y es que estos sonidos e imágenes deben dar una nueva dimensión a la lectura sin competir con ella, sin distraer ni apartar la mirada de la página. O sea, deben integrarse coherentemente a la lectura, y no ser simples añadidos. Técnicas de grabación en 3D, formidables, casi de ciencia ficción, han permitido crear sonidos envolventes para integrar en el ebook. Dice la fuente:
“Sin apenas voces humanas, los sonidos acompañan sin distraer; sonidos que intentan traducir las palabras del texto. Al hacer clic en un enlace sobre, por ejemplo, una batalla o una fábrica, se pueden escuchar sonidos que representan ese mismo ambiente. De este modo, el sonido ni se adelanta ni se escucha después, sino que acompaña en flujo de la lectura, sin resultar un anexo. Una de las críticas habituales que se le hacen a los libros enriquecidos es que hurtan la posibilidad de que el lector imagine el mundo descrito por el autor a su manera al añadir imágenes, vídeo o voces al texto. Con esta iniciativa del audio 3D se intenta evitar esto al no intervenir demasiado en la recreación específica del mundo creado. Aunque no todo libro es novela, y en el caso de otros géneros (historia, crómicas periodísticas, etc.), los vídeos o sonidos, cuanto más cercanos a la descripción del texto, mejor”.
Amazon presentó en los últimos productos Kindle una nueva
funcionalidad que propicia la lectura “inmersiva”. Esta nueva funcionalidad permite
a quienes lean desde un Kindle o Kindle Fire sincronizar la lectura a la vez
que oyen la narración de la misma.
Kindle Fire |
Si quiere
leer el artículo original vea Auge
de la lectura inmersiva, pero le aseguro que el mío, comentado, es más
atractivo... Además, no viene con un tema de Jean Michel Jarre, Oxygene que me ha
acompañado, sin distraerme, mientras les escribía esto.
Buenas noches, mundo.
martes, 25 de septiembre de 2012
sábado, 22 de septiembre de 2012
Receta para hornear un best seller
A propósito de la lista de los escritores mejor pagados del 2011 que publicó la revista Forbes, Lina Vargas, periodista de la revista Arcadia, se preguntó qué los hace tan exitosos. Después de reflexionar, estas fueron las divertidas conclusiones a las que llegó.
Posdata mía, o como dicen algunos programas de la TV: No intente repetir en su casa lo que está viendo.
J. K. Rowling |
James Patterson |
2.
Escriba como habla. Lo dijo James Patterson, el escritor más rico
según Forbes, que gana noventa y
cuatro millones el año pasado. “En realidad, intento que la literatura escrita
se parezca a la oral y las descripciones no me interesan, creo que aburren y no
aportan nada”. Si lo que usted busca es vender libros, trate que su escritura
sea lo más sencilla posible. Recuerde que sus lectores quieren entretenerse con
una historia digerible. Por eso huya de las metáforas muy ingeniosas y de las
frases, párrafos y capítulos largos.
Suzanne Collins |
Lo que hizo, en cambio, fue una trilogía llena de acción y sin una gota de reflexión. Y eso la ha hecho vender veinticinco millones de ejemplares.
Dostoievsky |
Ken Follet |
E.L. James |
6.
Recree un par de escenas sexuales o eróticas. La maestra en este punto
es, por supuesto, E.L. James, la autora de Cincuenta sombras de Grey que
aunque no hizo parte de la lista de Forbes es, según la revista, una candidata
fija para el conteo del próximo año. La respaldan las treinta y un millones de
copias que ha vendido en el mundo. La trama es conocida: la inocente joven
Anastasia Steele comienza una relación con el millonario Christian Grey. No
contenta con la diferencia de clases entre los personajes, James decidió poner
su vendedor toque personal: la relación entre Steele y Grey está marcada por
las prácticas sadomasoquistas.
Stephanie Meyer |
8. Ubique la historia en otra época. Aunque ya está pasando el boom de las novelas históricas, la fórmula todavía puede atrapar a los lectores: haga pasar hechos inventados como si hubieran ocurrido de verdad. El lector no solo se sentirá cautivado con la trama, sino que sentirá que está aprendiendo de historia. Entre más conspiraciones pueda recrear, mejor. No olvide usar frases como: “la verdad sobre…”.
9. Atraiga a los jóvenes. Así como lo hicieron Rowling, Meyer y Collins –tres de las seis escritoras de la lista de Forbes– escriba para jóvenes. Recuerde que las estrategias de promoción están cambiando y que, además de los lanzamientos tradicionales, los libros consiguen lectores según lo mucho que suenen en blogs y redes sociales. A su libro para jóvenes –que puede ser sobre magos, vampiros, mundos apocalípticos y hasta ángeles– súmele videojuegos, películas y todo el merchandising que se le ocurra.
10. No se encariñe con sus libros. Sin excepción, los quince escritores de la lista de Forbes tienen algo en común: no paran de escribir. Patterson, por ejemplo, ha publicado más de cien novelas. Una cifra asombrosa respaldada por una decisión inteligente. Si sueña con ser un escritor de best sellers no espere a que su libro salga de las listas para empezar el siguiente. No olvide que es difícil que un libro siga vendiéndose igual de bien después de varios meses de haber salido al mercado.
Una última recomendación: usted quiere ser un best seller, así que no se preocupe por no ser un escritor más profundo. Más bien siga este consejo del muy sincero James Patterson: “Cuando comencé a interesarme por la literatura leí a autores como James Joyce o Gabriel García Márquez y me di cuenta de que mi talento no alcanzaba para escribir el Ulises. Ahora bien, poco después leí novelas como Chacal o El exorcista y me dije que yo era capaz de escribir ese tipo de libros”.
lunes, 17 de septiembre de 2012
Tablilla de Mesopotamia
Los pensamientos de los seres humanos se anotaron,
inicialmente, en tablillas de arcilla. Esta contiene una lista de los recursos
humanos empleados en un palacio mesopotámico.
viernes, 14 de septiembre de 2012
Si os parece, queredlas cual las hacéis...
La Poesía x Alphonse Mucha. |
Este es la reseña que la escritora, crítica y
promotora cultural Yanelys Encinosa publicó sobre una de las últimas antologías
que se han hecho con jóvenes poetas de la isla. En este caso, la selección
recayó sobre las poetisas (palabra que no me gusta); y uno de sus antologadores, mi querido amigo Noël Castillo,
sostiene con toda su autoridad y pasión (ambas bien grandes) que estás 21 voces son imprescindibles si se habla de la poesía
cubana de este naciente y espantoso siglo, que uno intenta hacer más habitable
a fuerza de palabras.
Sin más los dejo con Yanelys, que dice:
XXI razones para quererlas. (Aproximaciones a la más joven poesía femenina cubana, desde la antología Queredlas cual las hacéis. XXI poetisas cubanas del siglo XXI).
El verso se desnuda sobre el cuerpo de la Isla. Entreteje
los contornos. Aúna los fluidos la nutricia vena de la juventud. La feminidad
se desdobla en fibras diversas, en las de antaño y las de los nuevos tiempos. Queredlas
cual las hacéis. XXI jóvenes poetisas cubanas del siglo XXI vienen a hacer
una voz con la variedad de sus tonos. Gracilidad, aspereza, serenidad,
desconcierto, conciertan este coro múltiple y unitario, voz orgánica y plural
de la más nueva poesía escrita por mujeres en nuestro país.
Noel Castillo González y Maylén Domínguez
Mondeja, en esta antología publicada en el año 2007 por la Casa Editora Abril,
han colectado un muestrario poético de la mayor parte del territorio nacional,
cualidad que aporta tanto a la configuración del mapa escritural cubano, como a
la promoción y difusión de la obra de autores de provincia, todavía
desfavorecidos en los espacios literarios del patio. Sólo algunas lagunas
resienten el tapiz: la ausencia de nombres de La Habana, Isla de la Juventud, Ciego de Ávila,
Santiago de Cuba y Granma, hecho que podría cuestionar la presencia en estas
regiones de altas voces femeninas; o que denunciaría un deficiente trabajo
publicitario y la carencia de espacios para la divulgación de obras de resiente
factura, producidas por jóvenes autoras locales que merecerían alcanzar
renombre a escala nacional. Sin sumar a ello lo que la inevitable subjetividad
de los antologadores –sus lecturas y preferencias- incide en todo proceso de
selección, cuanto más la fragilidad de una línea divisoria maleable,
resbaladiza, indómita, por la inmediatez del suceso, tendiente a necesarias
reformulaciones.
Se ofrece, sin embargo, un admirable
tejido, de texturas diversas y contrastantes matices. La antología logra ser
representativa de las distintas líneas ideo-estéticas y temáticas que vertebran
el concierto poético de la Isla
a principios de siglo; y alista el tablero para posibles sistematizaciones de
época o estudios generacionales.
Adentrándonos en una revisión formal,
asalta la preponderancia del verso libre, que en escasos ejemplos convive con
la métrica tradicional hacia el interior de una muestra individual o de un solo
poema. Déborah García Morales exhibe un soneto -endecasilábico, con apertura y
cierre de alejandrinos, de rima consonante- apegado al Neorromanticismo, junto
con piezas de verso libre en las que el tono conversacional aporta intimismo y
corporeidad a lo emotivo amoroso. En tanto, Katia Gutiérrez alterna la rima
consonante con el verso libre en una misma pieza, con libertad métrica y
estrófica, y recurre al tono conversacional como vestidura de un discurso
reflexivo, por momentos metafísico. Con la salvedad de estas alusiones, el
dominio del versolibrismo es aplastante. La inclinación recurrente hacia la
libertad métrica de la
Vanguardia aduce la necesidad de soltura expresiva, dato que
en la mujer podría embargar connotaciones de interés sociológico para los
estudios de género; teniendo en cuenta que los cultivadores de las formas
clásicas en las últimas promociones son en su mayoría hombres (Alberto Serret,
Virgilio López Lemus, Roberto Manzano, José Luis Serrano, Jesús David Curbelo);
mientras que las poetisas jóvenes, según muestra esta antología y otras
recientes, prefieren la libertad métrica -llevada incluso al extremo de la
prosa, por Kenia Leyva Hidalgo-, búsqueda emancipatoria que puede superar los
marcos de la finalidad estética y alcanzar el interés ideológico de desatar,
descomponer, transgredir límites y cánones, romper las junturas que someten
pensamiento y sentimiento al dominio del metro, como ha de destrozarse la
medida, la enquistada compostura que a la mujer se le ha impuesto por fatídica
herencia patriarcal a lo largo de siglos.
La culturista Lisa Lyon vista x Robert Maplethorpe |
Se incluyen aquí XXI poetisas nacidas
entre 1971 y 1984, es decir, de edades comprendidas entre los 35 y los 23 años
hasta el momento de cierre de la selección - recuérdese que el libro fue
publicado en el 2007-. Ninguna de ellas nació antes de 1970: ninguna vio a los
Barbudos bajar de la Sierra,
ni vivió la primera década de efervescencia revolucionaria. Acaso ninguna
luciera su uniforme escolar con el mismo ardor de sus padres. Los más altos
acontecimientos de la historia patria estaban para ellas más distantes en el
tiempo. La historia de la que participaban era la de la vida cotidiana, la de
mantener las conquistas. La dura ruptura del Campo Socialista y el crudo
Período Especial les llegó a las mayores en la adolescencia, edad de
turbulencias y por antonomasia de adolecer, doblemente por la circunstancias;
las más jóvenes, inocentes niñas, les tocó no comprender lo que ocurría, apenas
compartir la perplejidad de sus padres. La eclosión poética de estas muchachas
se avalancha en un período de más calma, de reacomodos, luego de salvar las
grandes crisis, cuando el país emergía del naufragio y ellas mismas florecían a
la juventud. Esta realidad condicionará preocupaciones e intereses que
articularán la materia de sus versos y las distinguirán de otras promociones.
Se despliega entonces, un glosario de
temas basto, unos universales, arraigados a nuestra tradición, con frescas
tonalidades, otros de reciente incursión en las letras cubanas, con una novedad
matizada por la recuperación de los clásicos.
El ancestral amor de pareja pervive en
diversas formas: la añoranza del amor perdido en la poesía de Irina Ojeda
Becerra, y en la de Déborah García Morales, a quien alimenta ciertos aires de
Luisa Pérez de Zambrana; el suave lirismo amatorio, nostálgico, de Kenia Leyva
Hidalgo; la ruptura marital (“la brusca transición de un marido a otro”) o la
indiferencia del esposo, que Gleyvis Coro Montanet asume con cruda ironía,
sarcástica y sin dramatismos, aportando frescura a la temática; el amor
adolescente, el erotismo lírico, apegado a la abigarrada condición de
amante-hembra-madre, que confiere atractiva singularidad a la obra de Aymara
Aymerich.
El tema homo-erótico, que sólo había
aparecido sutil en Poveda y Ballagas y había alcanzado mayor representatividad
hacia fines del siglo pasado en la poesía escrita por hombres, viene a
insertarse al entramado de esta promoción de inicios de siglo, con el
advenimiento catártico y desembarazado del discurso lésbico. La novedad del
tema es matizada por los guiños culturalistas, de profunda raíz en nuestra
literatura, como la recuperación intertextual que emplea Marilín Roque del
referente sáfico, “mujer de Lesbos”, por la doble condición de poetisa insular,
más aún por la ambigüedad sexual que algunos han deducido de ciertas
traducciones y de la concepción erótica griega.
Esa inclinación culturalista o coqueteo
intertextual con personajes de la literatura, el arte y la historia
universales, fue rescatado de la tradición prerrevolucionaria por una zona de
la poesía de fines de los años 80’
y de la década del 90’: Roberto Méndez Martínez, Raúl Hernández Novás, José
Pérez Olivares, Jesús David Curbelo, entre otros, han cultivado esa línea.
Alice Liddel y sus hermanas vistas x Lewis Carroll |
Los poetas que irrumpen en las letras con
la nueva centuria, heredan de sus predecesores, también aquella vertiente.
Aparece el gusto por reflejar la relación del individuo con el hecho artístico,
en “Mujer con caracola”, donde Teresa Fornaris, con exquisita sensibilidad
femenina descubre su sorpresa ante un cuadro de Fabelo. El referente clásico
como alegoría política -uso éste asentado en nuestra tradición literaria desde
el siglo XIX1- se nos ofrece en “Conversación de Calígula con
Claudio”, de Kenia Leyva Hidalgo. Es más frecuente el empleo de un personaje de
la cultura universal que sirva de analogía o vestidura simbólica para el sujeto
lírico o su destinatario poético: aquí la Safo de Marilín Roque, aludida antes; la Helena de Isaily Pérez,
para magnificar a la destinataria, superponiendo sobre ella a la legendaria
bella por antonomasia, en una relectura contemporánea del mito; o el viejo
soñador de la torre del Dux, que toma cuerpo en el sondeo existencial de Clara
Lecuona Varela (“Manuscrito hallado bajo una ventana de Bohemia”). No falta la
intertextualidad con el motivo poético, como los ojos feroces que mueven a
Aymara Aymerich a las “Frases extensas para Alejandra Pizarnik”. Hacia el final
del libro, la antologada más joven, Legna Rodríguez Iglesias aporta novedad a
esta línea, pues se aleja de las finalidades culturalistas más usadas
otorgándole a la cita de elementos griegos (“El triángulo de Anaximandro”),
judeocristianos y del arte contemporáneo (“Las Voces”) un componente
lúdico-onírico-agresivo-desacralizador, en suma transgresor, que pretende
confrontar el gusto canónico, subvertir preceptos estéticos anteriores.
El interés por el individuo, su
experiencia íntima y su preocupación existencial, había despertado hacia los 80’ del letargo coloquialista,
demasiado sumido en la vorágine social de la vida revolucionaria. En el umbral
del nuevo milenio la búsqueda existencial pervive como sólida temática dentro
de la multiplicidad. Así lo evidencia este libro que abre sus páginas con la
poesía de Nuvia Estévez: marcada por el drama íntimo experimenta una disección
visceral que sacude los vórtices de un doliente pesimismo, sanguíneo, violento
hacia su más profunda incertidumbre de superviviencia. La frustración, la crisis
vital, emerge también del discurso de Marilín Roque. Maylén Domínguez Mondeja
se cuestiona la pertinencia de actos pasados, e indaga sobre su suerte futura: qué
salto puede ahora curarme del delirio. Lisy García Valdés destila
pesimismo, angustia, cansancio por la soledad, la ausencia crónica de Dios y
del retrato de un buen hombre en las paredes. Lariza Fuentes López
comparte el mismo padecimiento: ese abandono, esa resistencia de Dios a su
silencio, esa desolada eternidad, y viste su discurso de nostálgico
lirismo metafísico, de acendrado trabajo con la metáfora, la alegoría, la
intertextualidad bíblica. Naírys Fernández Hernández también se ahoga, con
un extraño gesto de perplejidad, en la espera casi húmeda, como
una casa deshabitada, de ese guerrero suyo. Dolor, desolación, parecen
ser aflicciones comunes a gran número de ellas.
Como puede observarse, algo las distancia
de sus hermanos mayores. Si el drama existencial que volcó a los jóvenes de los
90’ sobre
el individuo, estaba marcado en su raíz más profunda por la apabullante e
inexcusable crisis socio-económica del país (caída del Campo Socialista →
Período Especial), que lanzó a los jóvenes de aquellos duros años a la
atrocidad del hambre, al paroxismo del viaje o a un desesperado enclaustramiento
en la poesía; las entonces niñas, adolescentes, encubrieron con su inocencia
aquellos pudores, y se ocupan ahora de otras miserias, menos circunstanciales,
más universales hacia la esencia de su sexo: el hambre de hombre, igual de
humanos: la muerte, la ausencia, la soledad. Aquellos marcaron la carne de su
verso con el nombre de Cuba; con sus instintos y carencias doblados sobre la
inmediata realidad sellaron sus propios nombres. Éstas no se agolpan por
rubricar una instancia nacional que las distinga o las mueva a la renuncia,
siquiera titular su nombre en alguna dinastía perdurable; se apegan a
preocupaciones globales, comunes a todo ser humano, cuanto más a las cósmicas
insistencias de su género.
No falta el hilo que las trence a sus
predecesores. Alguna recuerda aún, la desgracia familiar del naufragio: Yanira
Marimón Rodríguez, con la desaparición del hermano en la obsesión por el mar, y
Anisley Miraz LLadoza, cuyo hermano mayor ha extraviado el camino, regresan el
tema del exilio, tan apremiante en aquellos; pero con una ternura melancólica,
fraterna, más cercana al César Vallejo de “A mi hermano Miguel” en la sensación
de pérdida y en la recuperación del episodio infantil, que al Osvado Sánchez de
“Declaración política familiar”, quien mató a la hermana con un golpe de
patria ahí en la puerta porque cómo iba a romper nuestro corazón de cinco
puntas / cruzando el agua.
Uno de los desnudos de Egon Schiele |
El tema familiar se nos presenta en
disímiles facetas y se imbrica a otros también frecuentes en nuestra literatura
como el del exilio – ya perpetuado desde Heredia y Avellaneda en el siglo XIX y
ejemplificado antes- o el de la intimidad de los pequeños pueblos – que
caracterizó a Alex Pausides hacia fines de la pasada centuria-. El hogar
provinciano, sus tradiciones, creencias, el regodeo en el paisaje agreste
cubano aproxima a Yolanda F. Rodríguez Toledo como a Roberto Manzano,
cultivador de la llamada poesía de la tierra; el cuidado en el
lenguaje, el juego con la imagen, la adjetivación, el colorido, la palabra
florida y abundante, la alinean a la estética inspiradora de aquel; mas la
distingue una fragmentación discursiva, un tono por momentos
dramatúrgico-narrativo, y esa oscuridad que envuelve a sus fantasmas, la
tristeza por sus muertos. Maylén Domínguez Mondeja también retoma la memoria
del hogar, las palabras del abuelo, pero su motivo es la renuncia; claudica a la
docilidad de estirpe; pues la joven de provincia guarda más altos sueños
que los de un jardín que sólo causa tedio, / incurable deseo de
escapar. A diferencia de ésta, para Annia Alejo Laborit la lejanía de su
familia que vivió tierra adentro / y no conocía las utilidades del océano
promueve una añorada vuelta a la semilla, pues toda tristeza actual es el
olvido / del acorde primero; poesía reflexiva, filosófica a veces,
escatológica, casi apocalíptica otras, hacia el vértice de sus tormentas.
Con una manera particular de lo doméstico
sacude al lector Gleyvis Coro Montanet: una suerte de divertimento, de bofetada
impúdica a todo dramatismo y al cinismo que entraña la incomunicación marital.
Algo de temperamento, de hembrismo desembarazado y la coloquialidad ironizante
de su discurso me recuerdan a cierta Carilda; pero desligada de manías
románticas y utopías sentimentales, impelida por el más liberal fuero
postmoderno y esa idea de progreso de la generación favorecida / por el
imperialismo de las latas de conserva.
La búsqueda metafísica de la Trascendencia2 parece
sosegarse en estas muchachas, declinarse acaso en un pesimismo que las agota y
les mutila la fe. Dios, el Señor, el Maestro, es para algunas el destinatario
lírico, pero la palabra es más queja que ruego, imputación en lugar de
alabanza. La demora de la solución divina que mueve a Lisy García Valdés a la
renuncia: Dios, ya no vengas / la espada ha caído; la visión de Katia
Gutiérrez del Dios castigador que reduce la existencia al pergamino que es la
tierra, y esa mirada escéptica de Anisley Miraz Lladoza, harta de las
trampas que le designa Dios; se confabulan como presagio de época: el
primado de la desesperanza, de la distancia divina, y humana, en la era
expansiva de los mercados y ciberespacios (demasiado espacio para la soledad).
Más cercanas están al Vallejo de “Los dados eternos” y “Espergesia”, que a la
confianza salvífica de Orígenes y sus seguidores.
También importa la polémica, la
confrontación generacional, deslindar las suertes de los que llegan nuevos a
los sitios donde una puerta / a más / ha sido clausurada (Teresa
Fornaris), compadecer en su soledad al poeta que me juzga, que ha leído con
escepticismo mi cuaderno y habrá pensado: “pobre muchacha de provincia”
(Yanira Marimón).
Estas mujeres, mayoritariamente,3
asumen su sexualidad con auténtico sentido de perte(i)nencia. La carnalidad
aparece a veces suavizada de lirismo, otras se exhibe sin recatos, con el
fresco desembarazo del nuevo milenio. Para Nuvia Estévez puede ser un
cuchillo lo que gotea su vientre, y entre lo que hace vivir al trueno
hacia la superficie de su sangre, su vuelva negra ocupa un lugar de primer
orden. Teresa Fornaris conjura la feminidad con sensible apego al hecho
artístico: en “Mujer con caracola” el seno firme advierte sus perfiles;
mientras en “Semejanza” la imagen de una araña en la pared analoga la avidez de
su sexo, pues también ella se fricciona entre las grietas en busca del infinito
erótico armándose en la penumbra de cada movimiento. Lisy García
Valdés posada sobre el cristal abre las piernas / se reconoce mujer, pero halla
torpe su reflejo, pues resiente la soledad de la entrega vacía: desde el
fondo colgaban cuerpos / ellos tiraban de mis piernas / lanzaban aullidos
terribles / fui entonces una ciudad desierta. Para Katia Gutiérrez el
contacto físico conserva cierta sublimidad que conjuga cuerpo y espíritu: desnudo,
/ tu cuerpo se define, / salva lo justo en cada territorio / así es que llego a
un roce de tu piel, así alcanzo otro sentido de la sabiduría.
Kenia Leyva Hidalgo opta por la metáfora para sugerir el encuentro amoroso: yo
seguía con una tristeza antiquísima / y un velero pretendiendo hinchar sus
velas / en mi vientre. Aymara Aymerich se desnuda sin pudores ante el
joven amante: mi hermano adolescente y limpio / (…) me lava la piel que lo
alimenta / la piel que lo descuera / carne entre la carne / (…) también las piernas
mías que le abro como siempre le abrí mi corazón.
En las formas se dilata la madeja. Una
enarbola la tropología y engalana la palabra; otra la despoja de artilugios
para desnudar su materia, su temblor, su fiereza. Se transita del surrealismo
lírico filosófico-existencial de Nuvia Estévez hasta la sui-géneris hibridez
de Legna Rodríguez, entre surrealismo y grotesco, onírico sarcasmo y
rabelaisiana impudicia, especie de procaz juguete postmoderno. Liudmila
Quincoses intuye la palabra como arteria de sus sensaciones: azul, violeta,
rojo, humedad, anchura, frío…sensorialidad de la palabra; construye un
imaginario poético, transido sutilmente de insularidad (agua, barca, orilla,
ahogados…) para desde él sugerir, contemplarse niña sepultada en la caja de
agua o retener en la memoria esas manos agitadas en señal de
despedida. Katia Gutiérrez, Lariza Fuentes, Naírys Fernández, Annia Alejo,
se apertrechan de imágenes, alegorías y de cierta intelectivización y/o
emocionalidad de la palabra. Otras narran desde el verso (Yanira Marimón,
Gleyvis Coro, Isaily Pérez, Anisley Miraz), o (se) interrogan (Maylén
Domínguez, Aymara Aymerich, Irina Ojeda) sobre sus más viscerales cocientes.
XXI jóvenes poetisas alcanzan a ilustrar
el estado actual de nuestra más nueva poesía: estancia amplia, reciclable y
renovante, prolífica en multiplicidad de inclinaciones formales y temáticas,
convergencia y convivencia dúctiles, planetarias, mas sin amansamientos
grupales, ni actitud de racimos, ni liderazgos. Entones, quererlas cual
(se) las hacé(n)is. Pues no las comunica vocación alguna de uniformarse,
de armarse cofradías. Las unifica la directriz de formarse una, de encofrar sus
días, de a(r)marse cual se han hecho cada una a sí mismas.
Yanelys Encinosa
Cabrera , 4 de febrero de 2009
Y otra de las deliciosas obras de Audrey Kawasaki |
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